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Los hijos de los expatriados

Uno de los aspectos más delicados de la vida de expatriado son los hijos. Si para el adulto es difícil cambiar de país, con todo lo que ello significa, para el niño lo es aún más. Aunque todo depende de la edad que ellos tengan en el momento de la mudanza internacional.

Cuando están muy pequeños, no se dan cuenta de lo que pasa. Hacen amigos muy rápidamente. Se les hace muy fácil aprender nuevos idiomas y no resulta tan traumático el proceso de adaptación. Es una situación relativamente fácil de manejar.

Sin embargo, cuando empiezan a tener mayor razonamiento y observan el gran cambio que significa cambiarse de país, cambiar de amigos y de colegio, el asunto se comienza a complicar. Suceden cosas como: no quieren asistir a su nuevo colegio, trastornos de sueño o del apetito, dificultad para hacer nuevos amigos, acoso en el colegio y fallas en el rendimiento escolar, entre otros.

La primera vez que nos mudamos, mi hija mayor tenía alrededor de 8 años e ingresaba por primera vez a un colegio internacional donde solo se hablaba inglés. Para ella era su primera vez ante un idioma diferente a su nativo español, el impacto fue importante. Los profesores la apoyaron mucho y afortunadamente su padre y yo dominábamos el idioma extranjero.

Cada mañana mientras la ayudaba a prepararse para ir al colegio repasábamos una lista de veinticinco nuevas palabras que debía aprenderse. Las matemáticas, la lectura, la escritura, absolutamente todo, era en inglés. Así que me dediqué completamente a apoyarla en el proceso. Tres meses después recibí la gran noticia: mi hija figuraba en el cuadro de honor de la escuela.

Mientras tanto, su hermanita menor estaba muy pequeña para ingresar a la misma escuela. Afortunadamente cuando le tocó el turno de ingresar a un colegio totalmente extranjero, la mayor estaba lista para ayudarme con su hermana. No fue fácil. No le gustaba absolutamente nada el nuevo idioma. La maestra le decía que si no pedía permiso para ir al baño en inglés, no obtendría el permiso. Me inventé un juego para ella, donde le cantaba muy graciosamente la oración en inglés para solicitar el permiso para ir al baño. Luego de unos cuantos intentos frustrados, logré sacarle una sonrisa y me quedé con esa estrategia, que me funcionó exitosamente con las siguientes lecciones.

El idioma es tan solo uno de los obstáculos. El amor por los hijos y el deseo por ayudarlos a adaptarse te da la energía y la creatividad suficiente para lograr que se adapten con el menor número de dificultades. En mi caso, me funcionó estar siempre a su lado, escuchar sus inquietudes y presentarles desde otra perspectiva cada nueva mudanza. Llegué a decirles que eran muy afortunadas por poder cambiar de casa cada dos o tres años, que cada vez tendrían una nueva habitación que podrían decorar a su gusto, que así como habían logrado hacer amigos en su locación anterior, asimismo lograrían hacer nuevos amigos en su nuevo país. Les hablé con entusiasmo de los nuevos lugares que podríamos visitar y siempre les hablé de mis propios nuevos descubrimientos con mucha actitud positiva.

Observé que al hablarles positivamente de mis experiencias y las de su padre, pues nosotros también nos enfrentábamos a nuevos desafíos, ellas lograban calmar sus preocupaciones y deseaban tener bonitas experiencias que contarnos al regresar del colegio.

No es fácil, pero es posible. Solo necesitas desear acompañar a tus hijos en su proceso de adaptación para que la familia siga siendo funcional a pesar del cambio de país. Apóyate en el colegio, los maestros, psicólogos del colegio, relaciónate con otros padres y vecinos. Te aseguro que la experiencia será enriquecedora.

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